Escucha al joven brillante salvar al planeta y sigue sin entender, por qué ella, que sólo tiene plástico y metal, tiene que hacer el sacrificio. 

La soledad y la vejez no son una sinrazón si se cruzan con dos palabras. Dos palabras que le dan sentido a todo. 

La vieja iba todos los días a la playa, tejía un escarpín y lo tiraba al mar. Siempre había sido vieja y nadie la conocía realmente. ¡Todos los días!

El desempleo, la crisis y la escasez se enfrentan a la horrible idea; las imágenes las de viejos pajeros y babas pasajeras azotan el alma.

Se enamoró de la sangre, se endulzó con los asesinatos, se enamoró de la violencia, se sintió Dios... pero olvidó contar las balas.

Valerio, un gordo con cara de bueno y un dejo de tristeza detrás de los ojos, moquerazo, excluido y abandonado, que amaba el Metal. 

¿Hay equilibrio en la inmortalidad? La locura invade las calles, los hombres serios no saben qué hacer y el filósofo se lamenta por haber tenido razón.

La pandemia no perdona.

No importa los cuidados, todos tenemos un dedo de Aquiles.

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Un beso prohibido, las miradas acusadoras se convirtieron en golpes y amenazas. Una sonrisa oculta, pero muy, muy poderosa.

El último café, la última plaza, el último sol invernal, ese sol que abraza y abriga. La nada avanzaba, pero no pondría las condiciones. 

El viaje a la casa de la señora es un viaje al futuro, a un mundo ajeno, al que ella va a cumplir una función, para volver a su vida terrenal.

"¡Ey, viejo, dejá de quejarte y quedate conmigo que tengo miedo!" Una sombra se asoma, una niña tiene miedo, un papá está fusilado. 

¿Qué hay, en la vida de un escritor, después escribir su mejor novela? ¿cómo se mira hacia el abismo sin caer en él?

¿Qué pasa con la escuela, con tu futuro, nene, si se rompe la computadora que nos regaló la señora?

En la tristeza estuvo el encuentro. Uno, con la panza vacía, el otro, con el alma rota. Juntos se sentían irrompibles. 

Los abusos la perseguirían por siempre, nunca podría deshacerse de ellos, pero hacia adelante veía la libertad, y ya no estaba sola.

La barba dura, los diarios de frazada incompleta, los ojos vidriosos, la vergüenza oculta, el frío impiadoso, el cielo del banco.