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  • Foto del escritorCronista de lo Obvio

Viaje en el tiempo

Actualizado: 2 jun 2019




El sonido de la alarma del celular rebota contra los techos bajos del cuarto, convirtiéndolo en una caja de resonancia ensordecedora. Son las 5:30 de la mañana y la noche todavía no muestra resquicios de tonalidades amarillas.


El cuarto es pequeño, pequeñísimo, casi claustrofóbico. Las paredes desnudas se descascaran por las inclemencias del tiempo y la ausencia de una mano con una brocha de pintura. El piso es de cemento en estado salvaje, ese cemento que mancha los pies a los caminantes descalzos y que desprende bolitas grises, que de a una son invisibles pero todas juntas se pegan a la ropa y a las vías respiratorias.


La casa, salvo por los muebles esenciales, como sillas, camas, calentador a gas, una vieja refrigeradora y algunas ollas, está desnuda.


Ella pone el agua a hervir en el calentador y prepara un té en una taza blanca. A un costado del calentador, una enorme olla que oscila entre el negro y el gris, con asas que alguna vez fueron doradas, espera a la noche para atemperar el agua de la tina como una terma manual.


Sale a la calle todavía con el pan en la mano. Una brisa persistente mueve el polvillo de la calle formando una pequeña neblina amarillenta, terrosa, que se mezcla con la claridad incipiente en una surreal escena de vainilla.


La parada por donde pasa el primer bus, el alimentador, la espera a ocho cuadras. Las transita en silencio, masticando el pan, mientras observa la transición diaria, de la calle de tierra al asfalto, a las torres de alumbrado, a los mototaxis que pululan como pequeñas ratitas coloridas; al ruido de claxon y motores; al olor de la gasolina quemándose, a la mirada amenazante de los hombres.


El bus es una lata de sardinas, pero más desordenada. Cuando uno abre una lata de sardinas, los pescados están en una fila más o menos homogénea. En el bus las sardinas se agolpan, se empujan, se amontonan cerca de la puerta, se tocan el culo y las tetas, hasta que salen despedidas en la punta de línea del Metropolitano, que va a repetir la coreografía pero en un transporte más grande.


Llega a la puerta del edificio donde trabaja. Toca el timbre y la puerta de entrada emite un quejido, signo de que puede pasar. La identificaron porque el portero eléctrico tiene cámara.


Cruza un lobby espacioso y blanco como la leche, con dos espejos que lo hacen ver más grande y un pequeño mostrador, en donde un portero la recibe con una sonrisa.


Camina al ascensor, que tiene un panel blanquecino, y no tiene botones, sino sensores. Sube al ascensor, en el que se escucha una tenue música de fondo, ella no la conoce, y marca el piso 4, en otro panel con sensores.


En la casa de la señora, se aboca primero a tomar un refuerzo del desayuno. La refrigeradora tiene dos puertas enormes y es de un color gris muy elegante. La cocina tiene hornallas que no tienen fuego, sino que se calientan pero ella no sabe cómo, pero bien que calientan. Microondas, indispensable; una máquina para hacer pan, otra para hacer jugo natural, otra para licuar, otra para batir, otra para rebanar, otra para mezclar, y otra que hace un poco de todo, pero no tan bien.


Enciende el smart tv y lo conecta a la red de wifi para poner Netflix para el niño y se va a limpiar la casa. Felizmente le han comprado una aspiradora nueva. La terma está debidamente programada, a las 2PM va a poder bañar al niño. Luego del baño, le pone una cremita para suavizar la piel y una loción para que huela rico.


Por la tarde, después de su siesta, el niño juega en un cuarto con colecciones de juguetes de superhéroes, dinosaurios, transformers, autitos y otros que ella no conoce. Más tarde prepara la cena, rebanando, picando, licuando y mezclando con todas las maquinitas, y después acuesta al niño.


En el smart tv del cuarto del niño pone un canal de Youtube con música especial para relajar a los niños y se sienta a un costado de la cama esperando a que el chico se duerma.


A los pocos minutos, llega la señora del trabajo, el señor no tarda en llegar. Deja los platos servidos, listos para calentarlos en el microondas, y se dirige al cuarto de servicio para cambiar la ropa de fajina por la ropa de calle. Una vez tomó una ducha en el baño del cuarto de servicio, pero la señora le observó que no era apropiado.


Sale, saluda, le responden con educación, baja por el ascensor con los sensores, saluda al portero perdido en el lobby inmenso, cruza la puerta con la cámara y corre a la parada del Metropolitano.


Es hora punta. Tiene todavía un par de horas de viaje y debe calentar el agua en la olla para darse un baño.

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