Uruguayo y diplomático de carrera, Luis Almagro es uno de los tantos personajes latinoamericanos que, llegado el caso, no dudan en girar el carro 180 grados, chirriar las gomas, dejar partes de caucho en el asfalto, y avanzar en sentido contrario, a toda velocidad, como si nada.
No es que el gobierno del Frente Amplio uruguayo sea la continuidad de la Rusia stalinista, pero entre las posiciones diplomáticas de la centroizquierda oriental y el máximo referente de la OEA hay un abismo, aunque inicialmente el uno formaba parte del otro.
En 2010, su recorrido diplomático llegaba a su cénit, al menos hasta ese momento: canciller del gobierno de José Mujica. Cinco años después, subía aún un peldaño más: secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). Y el chirrido de las gomas comenzaba a hacer ruido y el espejo retrovisor iba cambiando de escenografía. El auto estaba girando en “U”, y dejaba atrás hitos como, por ejemplo, la eliminación de la Ley de Caducidad (ley de impunidad al gobierno militar uruguayo).
Paladín de la Justicia (de EEUU)
El ascenso al cielo de Almagro no fue gratuito. Reemplazo del dirigente chileno José Miguel Insulza, se abrazó rápidamente a los lineamientos de la política exterior estadounidense, que dictan el paso en la organización, acaso distanciándose de su predecesor, no tan consecuente con la Casa Blanca (ojo, tampoco un rebelde).
Su misión estaba clara en el horizonte: Venezuela. Desde la asunción, hasta nuestros días, Almagro no ha parado de actuar contra Venezuela ni por un minuto.
Un estudio realizado por Andreu Llabina, publicado en los “cuadernos de formación” de Celag, (1), analizó la actividad de Almagro en Twitter durante los primeros seis meses de 2018. En ese período, la cuenta del líder de la OEA realizó “712 publicaciones en su timeline, de las cuales 528 fueron tuits propios y 184 retuits”.
De sus propias publicaciones, 179 fueron dedicadas a Venezuela, el 25,1%. El estudio no ha encontrado “ ningún tuit en el timeline de Luis Almagro en el que se cite ninguna información positiva sobre Venezuela”. Al contrario, las ideas más repetidas son: “: a) Venezuela es una dictadura; b) un Estado fallido; c) que vive una crisis humanitaria; d) que los dirigentes son corruptos; e) falta de libertad; f) impunidad de fuerzas y cuerpos del Estado; g) aislamiento internacional; h) existencia de un éxodo masivo de la población; i) una incapacidad para dirigir el país en la dirección correcta”. Y las palabras más usadas, fueron: a) crisis; b) crisis humanitaria; c) dictadura; d) impunidad; y e) crisis política.
Es más, fue precisamente la incesante actividad de Almagro contra Venezuela lo que produjo su expulsión del Frente Amplio, en Uruguay.
En septiembre de ese movido 2018, Almagro explicó que “las acciones diplomáticas están en primer lugar", pero aclaró que "en cuanto a la intervención militar para derrocar a Nicolás Maduro, no debemos descartar ninguna opción" (2). Casi inmediatamente, José Mujica sellaba su suerte: con una letra bien tanguera, pero relevante dado que asumía la responsabilidad de impulsar a Almagro a la OEA: "Lamento el rumbo que tomó el hoy secretario de la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado. (...) Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido".
Para los otros (países), también hay
El acoso persistente a Venezuela, la tozudez de ir y volver y volver sobre el mismo tema, con los mismos tópicos y la misma estrategia dejaba en claro cuál era la principal misión de Almagro en la OEA.
No obstante, eso no fue todo. Al contrario, el dirigente trazó una línea ideológica que guió su actuación en cada uno de los conflictos latinoamericanos, y eso que no fueron pocos en estos cinco convulsionados años.
Así, guardó silencio con el conflicto en Chile, apoyó a la derecha hondureña, sostuvo al otro converso en Ecuador, fue tibio en el reclamo contra el golpe en Brasil, eludió críticas a Peña Nieto en México, en fin, siempre del mismo lado del mostrador.
Pero la frutilla del postre quedó para el final: la OEA fue partícipe del golpe de Estado perpetrado por militares en Bolivia.
Almagro supo adecuarse a los lineamientos de la Casa Blanca, más endurecida desde la llegada de Donald Trump al poder, y trabajó codo a codo con la nueva derecha latinoamericana, que encontró en la OEA y el Grupo Lima a sus principales canales de expresión multilateral.
Con su recorrido de la centroizquierda uruguaya a la derecha recalcitrante, Almagro representa posiblemente la metáfora perfecta del viraje ideológico de la región en el segundo milenio.
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