“No vamos a ceder un ápice en nuestra lucha contra las dictaduras. Si les gusta a todos, muy bien, si no le gusta a nadie, muy bien, también”. El desafío se apoyó en el músculo de una nueva elección al frente de la Organización de Estados Americanos (OEA) y en el desprecio por las contradicciones. Porque la distancia entre lo dicho por Luis Almagro en el discurso de asunción para un segundo mandato al frente de la organización y su actuación en estos cinco años como secretario general fue de un océano.
Llamar a este texto “análisis del discurso” es posiblemente pretencioso, pero sí es un esfuerzo por desgranar el discurso de Almagro en su asunción, el 27 de mayo (1). ¿Por qué analizar ese discurso? Por su trascendencia. Luego de cinco años polémicos, Almagro reafirmó su rol de punta de lanza política de la Casa Blanca, acentuando el tono confrontativo de la organización multilateral con los gobiernos que no son afines a las políticas de Washington.
Utilizando insistentemente la palabra democracia o similares (15 veces en unos diez minutos), el contenido del discurso de Almagro se asemejó más al discurso de un político demócrata o un republicano moderado estadounidense, que al de un ex dirigente del gobierno del Frente Amplio, que a un hijo político del archi venerado José Pepe Mujica.
Almagro usó la palabra democracia en el mismo sentido en la que la usa Estados Unidos: como un telón para ocultar otros intereses. Como si la palabra fuese una enorme metáfora de otras cosas que no tienen nada que ver, como invasión de la soberanía de otros países, la amenaza a integrantes de la OEA o, en los hechos, el apoyo vergonzoso de gobiernos golpistas, y hasta su responsabilidad en el origen de golpes de Estado.
Pero también la usó como una contradicción en sí misma. Es decir, como un aspecto limitante de la libertad, acaso el callejón sin salida en el que se encierran estos discursos que pretenden defender valores democráticos. “No vamos a ceder un ápice en nuestra lucha contra las dictaduras. Si les gusta a todos, muy bien, si no le gusta a nadie, muy bien, también”. ¿Acaso la democracia no surge del consenso, cómo defender la democracia si no le gusta a nadie, es decir, si nadie la apoya?, ¿cómo considerar a un sistema democrático, si se impone aún cuando no le guste a nadie?, ¿está bien, es democrático? No, obviamente. Si no le gusta a nadie, y se hace igual, entonces de ninguna manera es democrático.
Las siguientes notas representan precisamente un humilde esfuerzo por desarmar y cargar de significado las palabras del dirigente uruguayo.
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