Ya se dijo: repite y repite y repite la palabra democracia, sistemáticamente. Y, ya se dijo también, el uso es idéntico al que le da Estados Unidos: la democracia es la felpa suave que rodea las esposas. La piel de cordero del lobo feroz.
En el mismo concepto de democracia que expresa Almagro, al igual que Estados Unidos, se revela la trampa, pues se usa para suavizar lo que sigue, que es la verdadera intención.
Si alguien recuerda a George W. Bush en su cruzada con Irak, la defensa de la democracia solía acompañar a la necesidad de la guerra. Las muertes de hoy para el bienestar del mañana. El caminar y caminar y caminar por un túnel, hasta ver la luz (parafraseando a Gabriela Michetti). No hay, entonces, una búsqueda sincera de los valores democráticos, como tampoco hay tal túnel. Está la repetición goebbeliana de una palabra usada como la presunta representación del altruismo, pero que en realidad implica exactamente lo contrario: no están para hablar de democracia, están para imponer aquello que les convenga.
“En este segundo mandato, debemos normalizar a la democracia como sistema político. El ideal para el hemisferio, sin discusión y sin excepciones. La normativa de este espíritu ya está contemplada. La carta democrática Interamericana dice que la democracia es un derecho de los pueblos de las américas y los estados tienen la obligación de promoverla y defenderla”.
El concepto se enfrenta a sí mismo, pero el significado final, se contradice escandalosamente con la actuación de la OEA en estos cinco años.
Veamos: democracia es el gobierno del pueblo. Tal como la conocemos, plantea que la mayoría toma la decisión del rumbo político que va a tomar un país. Ese país es soberano, es decir, tiene el derecho de decidir por sí mismo. Entonces, el camino sería el siguiente: el pueblo elige a sus gobernantes mediante un sistema político que respeta la voz de las mayorías en un contexto de debate político, pero en paz y armonía. ¿Algo así?
¿Y cómo entra en esa noción la imposición de un sistema?, ¿cuán democrático es entonces que el líder de una organización extranjera le diga a los gobiernos sin discusión y sin excepciones? En su concepto de democracia, Almagro elimina el debate. La democracia o la nada. Es un deber (debemos), un sistema que se aplica sin discusiones y sin excepciones y es la obligación de los Estados.
La cuestión cambia, o se agrava, cuando aparece el contexto. Cuando la actuación de Almagro al frente de la OEA revela cuál es esa democracia que dice defender. La respuesta es una palabra, un nombre propio: Bolivia.
Es cierto que la presión del uruguayo sobre Venezuela fue vergonzosa, que el respaldo a Piñera mientras los carabineros asesinaban y violaban a diestra y siniestra fue repudiable, es cierto que hubo mucho más, pero Bolivia es el caso emblema porque la OEA no solo apoyó o hizo caso omiso a un movimiento anti democrático, sino que ofreció el argumento esencial para derrocar a Evo Morales. La OEA es autora intelectual del golpe de Estado en Bolivia mediante un informe impresentable, apócrifo, que le valió hasta críticas de The New York Times (1) y que en su momento justificó el derrocamiento de Evo. “(…) Lo fundamental de la estabilidad y solidez democrática de nuestros países como instrumento fundamental para el bienestar y desarrollo de nuestros pueblos. Objetivo de nuestro trabajo”. El análisis de un discurso sin analizar el contexto en el que se realiza el discurso, sin pensar en lo que representa quién lo dice no tiene sentido. Almagro llamó mucho la atención por su cruzada anti-Venezuela, pero su respaldo al golpe militar contra Evo y el informe fallido de la organización que él preside contradicen de una manera absoluta cualquier cruzada democrática (2).
Evidentemente, el objetivo del trabajo de Almagro y la OEA no es la democracia. Y no pasa por una discusión ideológica, pasa por una cuestión fáctica: el golpe militar en Bolivia.
Más adelante en su discurso, Almagro profundiza la contradicción entre el actuar y el decir de la OEA, pero antes eleva su concepto de democracia por encima de las ideologías cuando, clarísimamente, no lo está. Si no, hubiera dicho que en Brasil hubo golpe de Estado.
“Podemos observar péndulos entre izquierdas y derechas, entre un partido y otro, la alternancia es normal, sana, en las democracias. Pero jamás debemos admitir dualidades entre democracias y dictaduras”. Antes que nada, la utilización de la primera persona del plural advierte que Almagro no habla por sí mismo, pero tampoco por la OEA. Habla por todos nosotros. Dice, en nuestro nombre, que no debemos permitir dualidades entre democracias y dictaduras.
Pero, ¿qué quiso decir con dualidades entre democracias y dictaduras? Analizando el contexto, resulta evidente que el mensaje tiene un destinatario: Venezuela. Siguiendo la actuación de Almagro en estos cinco años, no caben dudas de que LA dictadura latinoamericana es la de Maduro (ninguna otra, aunque las hay).
Sin embargo, como decíamos, el caso Bolivia aportó un elemento irrebatible en la discusión por la democracia: la OEA de ninguna manera apoya la democracia, sino que respalda a los gobiernos en base a la funcionalidad a los intereses estadounidenses. Entonces, la frase correcta, al menos atendiendo a la perspectiva de la OEA, debiera ser al revés: se pueden observar péndulos entre democracias y dictaduras, pero jamás van a admitir dualidades entre izquierdas y derechas (o progresismos y conservadurismos, para ser un poco más exactos).
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