El cómic de superhéroes forma parte de la mitología cultural moderna, sin lugar a dudas. Moralmente elevados, esforzados en el gimnasio (salvo la dignísima excepción del Batman psicodélico), ricos, exitosos, inteligentes y superpoderosos, los superhéroes son tan perfectos que la sociedad les dio la oportunidad de situarse por encima de la ley para combatir a un mal tan malvado que supera las aptitudes de los seres humanos normales. De ahí la necesidad de una excepción llamada superhéroe (o al revés, como plantea Heath Ledger, es el héroe perfecto el que motiva la necesidad de un mal elevado).
La proliferación de superhéroes, sus crudas o absurdas aventuras y la enorme popularidad de la que gozan motivó también debates sobre cuál de ellos es el mejor de todos. El más poderoso, el más simpático, el más humano o el personaje más complejo son solo algunos de los factores a tener en cuenta para elegir al número uno.
En base a la popularidad, y teniendo en cuenta los aspectos mencionados, se podría decir que Superman (el más poderoso), Batman (el más humano) y Spiderman (el más simpático) son los que pican en punta en la predilección del público, aunque las numerosas, y cansadoras, versiones cinematográficas de estos héroes de pintura y papel ubicaron al Tony Stark de Robert Downey y los X-Men en la discusión (de acuerdo a las versiones fílmicas, estoy a muerte con la Viuda Negra, pero no por sus cualidades como heroína, lo admito).
Sin embargo, en base a un análisis que supere las primeras impresiones, y enumerando una gran cantidad de factores de comparación, está claro que no hay ningún superhéroe que rivalice con uno nuestro, bajito, disfrazado de rojo, el Chapulín Colorado.
Valentía
La valentía es una cualidad indispensable para un superhéroe como la gente. No podés ser un héroe si no enfrentás al peligro, porque es precisamente lo que define al superhéroe como tal. Pero no es lo mismo enfrentar el peligro con súperpoderes, o con toda la plata, que te permite comprar los mejores aparatitos, que desde la debilidad. No es lo mismo ser bajito y algo fofo que un tipo esbelto, musculoso y experto en el arte de la pelea.
El Chapulín Colorado no tiene una gran fuerza, de hecho es un tipo más bien débil. Aunque no sepamos nada de él, tampoco es un millonario, a juzgar por las armas con las que combate a sus rivales: un chipote bastante bostero; unas pastillas de chiquitolina que las heredó y, la verdad, no sirven de mucho; unas antenitas de vinil que generalmente la pifian para detectar el peligro y la única arma más o menos como la gente, la chicharra paralizadora. Por último, y acaso lo más importante, el Chapulín es un cagón. Sí, tiene miedo, mucho miedo. Tanto que ha inventado una enorme cantidad de latiguillos para esquivarle al bulto. Pero en el miedo reside su enorme valor, siempre termina sobreponiéndose al temor y haciendo su papel: el de héroe.
Entonces, una persona débil, pobre (que lo limita para adquirir armamento) y miedosa que supera esos escollos y pelea contra rivales siempre más poderosos, es un tipo con muchos, pero muchos huevos. Es fácil ser un héroe siendo Superman, pero no lo es siendo el Chapulín, porque llevás las de perder todo el tiempo.
Accesibilidad
Los superhéroes no son muy accesibles a las necesidades humanas. Su calidad extraordinaria hace que sólo se enfrenten a problemas extraordinarios. Es decir, si no viene un supervillano, están al pedo. Batman, en la última trilogía cinematográfica, entre la segunda y la tercera parte (párrafo aparte para la última parte, fascistoidemente decepcionante) estuvo ocho años rascándose los huevos hasta que llegó un rival como la gente y por fin entró en acción.
Si no hay rivales excepcionales, el superhéroe excepcional no entra en acción. Es un poco soberbio, digamos, porque considera que los problemas ordinarios no son dignos de su intervención.
El Chapulín Colorado, por el contrario, es un laburante incansable del heroísmo. Ha ayudado tanto a encontrar objetos perdidos o a ponerle una inyección a un paciente testarudo, como a evitar invasiones alienígenas o vencer a bandidos bastante más fuertes que él. Atendió los llamados de ricos y pobres; de hombres y mujeres; de vaqueros, piratas, mafiosos, tipos normales de su misma época... no le hizo asco a nada.
Conflictos de identidad
El sacrificio de entregarse a un trabajo despojado de reconocimiento (nadie le agradece a Peter Parker que reviente al Duende Verde) y el conflicto que genera tener dos personalidades es una parte central de la historia de los superhéroes.
Es el modo de explicarle a los seres humanos normales que el heroísmo desinteresado es demasiado complicado; que se necesitan aptitudes demasiado elevadas como para llevar a cabo tamaña misión. Las características excepcionales de estos guasos no son solamente de fuerza, inteligencia o plata, también son morales y sentimentales. El superhéroe está dispuesto a partir su vida al medio, a enfrentar el peligro desde un presunto anonimato (presunto porque, disfrazados, bien que se dejan mimar) y pagar las consecuencias de desarrollar una carrera que no trae dividendos a su alter ego humano. El superhéroe no sólo enfrenta estas tragedias, sino que las hace públicas. No hay lector/telespectador que no sepa de sus dilemas.
El Chapulín, en cambio, no mariconea. Hay muy pocos datos sobre sus orígenes, sólo que un científico en su lecho de muerte le regaló las pastillas de chiquitolina porque tenía “buen corazón”; que su nombre completo es Chapulín Colorado Lane (aparentemente su padre gorreó nada menos que a Superman); y que fue bautizado como Chapulín porque tenía un padrino entomólogo que eligió el nombre de un insecto. Nada más.
Los dilemas de vivir bajo dos personalidades, el sacrificio de hacer el bien sin reconocimiento, la lucha entre los dos egos que conviven en un solo cuerpo, los deja en su casa cuando sale a laburar. No te anda mostrando sus problemas, el tipo los resuelve en su entorno privado, que no conocemos, porque tiene muchos huevos.
Los motivos para ser un héroe
El hecho de no conocer su historia tampoco aporta datos sobre las razones para ser un héroe.
Todos los superhéroes son motivados por la venganza, o porque recibieron muchos poderes y medio que no les quedó otra. El Chapulín es héroe porque se le cantaron los huevos. Recibió unas pastillas de chiquitlolina (lo dicho, una de sus armas más pedorras) y tomó la decisión de disfrazarse de rojo y pelear contra los malos. No necesitó de complejos recursos literarios para ser un superhéroe.
Perfección
El Chapulín es el héroe más imperfecto de todos los tiempos y por ello quizás el personaje más complejo y fascinante del mundo de los combatientes contra el mal. Su cobardía es apenas un aspecto de su imperfección.
También es bastante torpe. Se ha metido en muchos problemas a causa de su incapacidad para manejar el cuerpo, corriendo grandes riesgos por este defecto.
Es fanfarrón. Le cuesta admitir sus errores, siempre halla una explicación disparatada para justificar sus falencias, y suele inventar virtudes que en realidad no tiene.
Tiene pocas luces. Su capacidad de raciocinio es un tanto limitada. Por lo general demora más de la cuenta en resolver interrogantes bastante sencillos.
Infalibilidad
Con todas sus falencias a cuestas, con sus escasas virtudes, superando el miedo y siendo un tipo básicamente débil, el Chapulín siempre gana. Con mucho menos, es tan infalible como sus colegas. Le puso la inyección al paciente testarudo, echó a los alienígenas, encontró a un asesino, y venció a sus peores enemigos, como Tripaseca, Quajinais, Rascabuches y otros maleantes peligrosísimos, que eran más fuertes y más inteligentes que él.
Las pruebas son contundentes: no hay superhéroe más grande que el Chapulín Colorado, el único que sólo puede comparar su fuerza con un ratón y su velocidad con una tortuga, y aun así logra una y otra vez vencer a sus rivales... incluido el Tío Sam.
Comments