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Foto del escritorCronista de lo Obvio

Perdió la Derecha


La avanzada de los neofascismos es un fenómeno mundial que rebota en nuestra región con un significado particular, porque sucede a la ola progresista que dominó las urnas en el subcontinente durante el nuevo milenio.


Los análisis relacionan el ascenso de los neofascismos con el presunto fracaso de los progresismos con cierta liviandad pero con poca inocencia. Porque, vamos, que con todos los errores del mundo, un Bolsonaro es mucho más útil para el poder hegemónico que un Lula, y eso que Lula presidente no fue exactamente una revolución comunista.


Y si bien es verdad que hubo una retracción de los gobiernos de centroizquierda que los llevó a perder poder, en términos electorales el desbarajuste no fue tan pronunciado como nos quieren hacer creer. La caída se produjo en términos de acumulación de poder debido a una ecuación bastante lógica: tomando en cuenta los distintos factores que ejercen poder, los gobiernos progresistas tenían básicamente uno solo: las masas. Todos los demás (medios de comunicacón, sector productivo, poder financiero, entes trasnacionales, potencias mundiales) estaban en la vereda del frente y apenas si mantuvieron alguna que otra alianza estratégica, efímera y temporal con el progresismo en los años de crecimiento exponencial de la economía. Pero en esencia, el establishment local e internacional nunca guardó buenas relaciones con el progresismo latinoamericano del nuevo milenio, ni con los más de izquierda, ni con los más centristas.


Con un escenario electoral desfavorable, en una década con pocos triunfos para la derecha democrática, la caída en la economía y los escándalos de corrupción, más una feroz ofensiva discursiva canalizada sobre todo en los medios de comunicación, propiciaron el escenario para la irrupción de una nueva derecha: masculina, extremista, moderna y apolítica. Cool por fuera, vetusta por dentro, digamos.


El ascenso de la nueva derecha fue mundial, sino veamos Europa o flequillín Trump, y llegó en reemplazo de la derecha tradicional. Trump fue la punta de la ola teapartista del Partido Republicano, que a poco tuvo de enfrentarse a un socialista como Bernie Sanders. En Europa la extrema derecha avanza sobre la derecha tradicional, ocupando espacios cada vez más grandes y preocupantes.


En nuestra región, ha pasado más o menos lo mismo. Pero, ojo, ni allá, especialmente en Europa, ni acá, el objetivo es evadir las responsabilidades de los progresismos cuando vueron poder. En el Viejo Continente el socialismo europeo se alió con los bancos para salir de la crisis de 2008, y en América latina la centroizquierda colapsó por la crisis económica, las imposibilidad de generar nuevos líderes y los casos de corrupción.


Sin embargo, en términos netamente electorales, la defección de la izquierda no fue tan pronunciada.

Veamos.


El último ejemplo


Brasil, fresquito como una lechuga (fresquita), es el último ejemplo válido. Con el principal candidato encarcelado y enmudecido (¿alguien pudo escuchar a Lula durante la campaña?), con la pesada mochila de Odebrecht en sus espaldas, con la defección de Dilma en la página anterior del diario, con un candidato que no era conocido de forma masiva, con todo el aparato mediático, económico e institucional en su contra, el Partido de los Trabajadores (PT) estuvo cerca del 30% de los votos en la primera vuelta y sacó el 44 en la segunda. Y Ciro Gomes, un político cercano al lulismo, sacó otro 12,4%. Es decir, entre ambos, superaron el 40% de los votos en la primera vuelta.


En cambio, la centroderecha brasileña no existió en los comicios: poco más del 4% de Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Sólo cuatro años antes, entre el PSDB y la fuerza de Marina Silva (Partido Socialismo y Libertad, que poco tenía de socialista) sumaban más del 50% de los votos. ¿A dónde fueron esos votos? A los bolsillos de Bolsonaro.


Globos amarillos


Salvo por los 54 puntos de Cristina en 2011, el kirchnerismo nunca sacó más del 40% de los votos, más o menos el nivel de Daniel Scioli en 2015.


En esas elecciones, el giro a la derecha fue espectacular: Macri prometía abrazos y reconciliación mientras limpiaba la cachiporra debajo de la mesa, y Massa, el candidato presuntamente más peronista, prometía a los militares en la calle para controlar la inseguridad.


¿Perdió muchos votos el kirchnerismo? Si se lo analiza con lentes negros en una habitación oscura, sí. Pero con un poco de cordura, no tantos. En un contexto político como el argentino, sostener un 54% es absolutamente imposible. En particular con la segunda gestión de Cristina, que no fue la mejor, y teniendo en cuenta que la expresidenta, el único cuadro presidenciable que aún hoy tiene el kirchnerismo, estaba fuera de carrera. En ese contexto, el oficialismo estuvo a unos pocos miles de votos de ganar las elecciones.


Enumerando, uno de los gobiernos progresistas de la región perdió en las urnas, Argentina; uno se dio vuelta como una tortilla, Ecuador; en otros hubo sendos golpes de Estado, Brasil, Honduras y Paraguay, otro no fue taaaaan progresista, Chile, y otros siguen gobernando, unos bien (Bolivia y Uruguay), otros como el orto (Nicaragua y Venezuela).


La verdadera avanzada neofascista viene a reemplazar a la centroderecha, que ya no ofrece alternativas electorales viables porque no tiene armas para rebatir el siguiente argumento: el sistema que nos domina es una cagada.


Y en este particular es importante hacer un paréntesis para explicar un poco el tema: la diferencia entre conservadurismo y progresismo no es sólo económica. Es más bien política y social. En este sentido, hay un espectro importante de la centroderecha que está más cerca del progresismo que del conservadurismo. Es este espectro el que posiblemente necesite argumentos más sensatos para obtener rédito electoral y hace mucho que no los encuentra, o cuando lo hace la caga igual (Kuczynski en Perú).


El neofascismo no necesita argumentos. Le basta con espectacularizar la política; mentir a diestra y siniestra; asociarse a rasputines modernos (teléfono, Durán Barba); obedecer al centro del poder con un amor desenfrenado; y lustrar las cachiporras debajo de la mesa. Y con eso, más el decisivo apoyo del establishment, le bastó para ganar elecciones tanto de un lado como del otro del Río Bravo.


Tras la avanzada, queda una estela de extremismo preocupante. Hay sectores vastos de bienpensantes que se sacaron de encima cualquier vestigio de tolerancia para escupir caca contra todos aquellos que percibe diferentes, en un contexto favorable para estas animaladas.


Lo único que queda, sin ánimo de ser alarmistas, es que el sistema democrático contenga estas animaladas y que el huracán neofascista pase dejando la menor destrucción posible.

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