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El guardián de la frontera


La interpretación es un ejercicio tan apasionante como complejo y polémico. Inevitablemente, la interpretación de cualquier cosa implica un ejercicio subjetivo. Es decir, es un sujeto el que toma una unidad de sentido, la interpreta de acuerdo a su propia estructura de pensamiento, y luego la expresa (o no) a terceros.

Lo que valida a una interpretación es su contenido, obviamente, pero también el sujeto interpretante. Por ejemplo: no es lo mismo un análisis interpretativo sobre el conflicto en Siria de Robert Fisk, que uno realizado por Moria Casán. Evidentemente, el receptor del mensaje interpretativo le dará una validez a la interpretación de Fisk, uno de los expertos sobre Medio Oriente más importantes del mundo, y otra muy distinta a Casán, aún cuando esté más cerca de la opinión de la segunda.

El cine es semiótico, y como tal, plausible de interpretación. Ahora bien, ¿qué interpretación se valida? Generalmente la de expertos en ciencias sociales, o críticos de cine, o integrantes de la industria del cine (guionistas, actores, directores, etcétera). Pero como el cine es un arte popular, que no se encierra en claustros sino que trasciende a los expertos para masificarse por el mundo, sus mensajes son interpretados por millones de personas que, mal o bien, mejor o peor, tienen su propia comprensión de los mensajes.

Toda esta larga explicación sirve de antesala para la boludez que sigue: la interpretación del mensaje de la película El rey león.

El rey león muestra a un reino iluminado, colorido y armónico. Las criaturas que viven en él lo hacen en absoluta armonía, y pese a que unas se comen a otras la felicidad se percibe fácilmente. Todos cantan, bailan, sonríen y se ayudan entre sí.

El equilibrio de ese reino colorido y perfecto se sostiene en la figura de un rey rubio, de ojos pardos, que tiene un hijo, venerado por todos los habitantes en su nacimiento. En este momento empieza la película.

Pero nada es perfecto. El rey tiene a un hermano malvado, morocho, que ambiciona el trono y está dispuesto a cualquier cosa para conseguirlo. Ese ambicioso contendiente domina un territorio que linda con el reino. La división entre ambos es un cementerio de elefantes, que precede a un terreno devastado, oscuro, tenebroso y triste, en donde no hay comida porque los habitantes, unas hienas espantosas y bastante estúpidas, no respetan el equilibrio de la naturaleza. Ante la pobreza de sus tierras, y la hambruna que las persigue, las hienas se unen al hermano del rey para vivir en ese reino fabuloso y colorido, al cual alguien no las deja entrar.

Y lo consiguen. Matan al soberano, echan al heredero a tierras lejanas y se hacen con el poder. Pero como son malos, inútiles, bárbaros, brutales y EXTRANJEROS, en vez de adecuarse al modo de vida de un reino próspero, repiten el comportamiento que destruyó sus propias tierras: no respetan el equilibrio natural, abusan de los recursos y el reino termina devastado. La oscuridad, la tristeza y la destrucción se apoderan de esas bellas tierras y la frontera se desdibuja: ya no hay un reino iluminado, un cementerio de elefantes y un reino oscuro. Todo es oscuridad.

El giro se produce cuando el hijo del rey, también rubio y de ojos pardos, regresa a sus tierras para reclamar su derecho. Derrota a su tío y echa a las hienas. En poco tiempo, el reino recupera su belleza, su luz y su equilibrio. Otra vez las criaturas viven en paz y felices, cantando y bailando. Las hienas huyeron de nuevo tras el Río Bravo... ¡perdón!, tras el cementerio de elefantes y el villano, que mató a su hermano y tomó el trono por la fuerza, fue asesinado.

En definitiva, la película muestra un reino próspero que quiere ser invadido por seres que habitan detrás de una frontera (la devastación no rodea el reino, está sólo en uno de los márgenes). Esos seres son atrasados, brutos y malvados. Y al cruzar la frontera, llevan esa cultura de destrucción al reino perfecto.

El remedio planteado por el filme se cae de maduro: la solución está en restablecer el orden previo para recuperar la armonía: un rey blanco, heredero de sangre de su padre, y los extranjeros de nuevo tras las fronteras.

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