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Foto del escritorCronista de lo Obvio

El dedo de Aquiles



La salida en pandemia era incómoda. La bolsa para hacer las compras en un brazo, los bolsillos atiborrados por la billetera, las llaves y el spray con alcohol, y el teléfono en la mano libre.

Aquiles estaba saliendo del supermercado y la prudencia le decía que tenía que rociarse las manos con el desinfectante.

La dificultad era evidente. Estaba todavía a unos metros del carro, podría haberse desinfectado al llegar allí, pero la prudencia no es muy racional. En la misma puerta de salida hacia el estacionamiento, dejó la bolsa en el piso y sacó el pequeño spray con alcohol. El envase tenía una pequeña tapa transparente y, para no perderla, Aquiles la colocó en su dedo meñique. Se roció responsablemente el desinfectante sobre sus manos, tapó el envase, lo guardó en su bolsillo y continuó hacia el automóvil.


Ya afuera del supermercado, amparado en la seguridad del carro, Aquiles contemplaba la nada mientras el semáforo permanecía en rojo. Sin pensarlo, como en un movimiento automático, su dedo meñique, el mismo que sostuvo la tapa del spray, ingresó profundo en una de sus fosas nasales para sacar un redondo y verde moco, que luego fue a parar a la boca de Aquiles. Era un movimiento compulsivo, inconsciente, que no podía evitar: cuando estaba en el auto, se comía los mocos.

Una semana después, Aquiles estaba en cama, con fiebre, dificultad para respirar y sin sentir los olores, pero afortunadamente fuera de peligro.


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