A propósito del nuevo intento de golpe de Estado que se está desarrollando en Venezuela, resulta apropiado analizar cómo se construye un golpe a partir de la política exterior.
“Un foro sin ideología”. Esa fue la frase que eligió el presidente de Chile, Sebastián Piñera, para definir a Prosur ( Foro para el Progreso y Desarrollo de América Latina), el nuevo golpe en la mesa de la derecha sudamericana.
La idea de la no-ideología cortó transversalmente todo el encuentro desarrollado hace un mes en Santiago, donde ocho presidentes con un pensamiento político tan rígido como homogéneo se negaron a sí mismos para vender mejor la idea de un espacio de discusión abierto y franco, en el que los malignos preconceptos ideológicos serían derrotados por la seriedad de los estadistas.
Si con el acercamiento a Estados Unidos y la eventual desarticulación de los bloques económicos regionales la derecha subcontinental desarmaba los principios económicos que la precedieron, con el Prosur avanzó hacia la política, como el stage 2 del Grupo Lima.
En este sentido, las diferencias entre la organización precedente, Unasur, y el flamante foro revelan con bastante claridad un abismo no sólo ideológico, sino de la concepción de qué es la política y qué es el integracionismo.
Como se recuerda, Unasur albergaba a los 12 países sudamericanos y llegó a dirimir crisis, por ejemplo, entre el ultraderechista Álvaro Uribe y el socialista Hugo Chávez; ambos presidentes de países miembro del bloque, por cierto.
Con un par de triunfos históricos como carta de presentación, Unasur se forjó como algo más que una alternativa a la Organización de Estados Americanos (OEA), subyugada a los intereses estadounidenses en su patio trasero. Se convirtió en la primera organización sudamericana capaz de dirimir crisis internas sin la participación de potencias extranjeras. Fue la revelación de que con voluntad política, y aun con diferencias internas, la independencia era posible.
Por el contrario, y pese a los dichos de Piñera, Prosur es un foro exclusivo e ideologizado, creado bajo el manto estadounidense, y en consonancia con sus intereses, por su puesto, cuyo primer gran trabajo es continuar con la desestabilización venezolana.
Es decir, mientras la primera era una organización integracionista que albergaba a Uribe y Piñera junto a Chávez y Evo Morales, la segunda establece como su gran objetivo la desestabilización de un gobierno de la misma región que dice representar.
Ideología/no ideología
Uno de los grandes triunfos políticos de la derecha latinoamericana fue el doble efecto sobre la palabra (o el concepto, mejor dicho) ideología. Por un lado, la demonización del término, asociándolo al fanatismo y la violencia política, a lo relativo y lo irreflexivo. Y en paralelo, distanciándose de la noción de ideología, dejando al progresismo o la izquierda con esa bandera. Entonces, si ideología es lo “irracional y fanático” y la derecha es “no ideología”, el silogismo cierra fácilmente: la derecha es “no irracional y no fanática” (es la verdad).
En la creación de Prosur, la apelación a la ideología se repitió una y otra vez, recordando aquel viejo paradigma sobre la mentira: tanto repetir la mentira, que termina convirtiéndose en verdad.
“Nuestra voluntad de construir y consolidar un espacio regional de coordinación y cooperación, sin exclusiones, para avanzar hacia una integración más efectiva que nos permita contribuir al crecimiento, progreso y desarrollo de los países de América del Sur”, decía el documento firmado por los presidentes reunidos en Santiago, en marzo. En esa misma oportunidad, el canciller local, Roberto Ampuero, decía que Prosur era una organización “alejada de términos ideológicos” y “sin ningún tipo de marginación”.
La democracia también fue mencionada en varias oportunidades como el valor más preciado por la flamante organización, que usó el término para justificar el desplante a Venezuela, la única no invitada a la cita y en rigor de verdad el objeto de la existencia de tan pragmática y desideologizada organización.
Definitivamente ideología
Lo más interesante de todo el armado discursivo en torno a la no-ideología es que estas estructuras neoliberales (insisto, no me gusta nada el término, debería ser neoconservadoras, pero bueno, es lo que se usa) tienen un perfil ideológico bastante más compacto y rígido que la izquierda o progresismo.
Aunque no parezca, aunque se las disfrace de extremistas, en realidad la izquierda latinoamericana ha demostrado ser más pragmática que la derecha; ha negociado en reiteradas oportunidades con sus presuntos enemigos e incluso los ha favorecido. ¿Cómo les fue a las grandes corporaciones durante la primera década del 2000 en Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador?, ¿las petroleras se fueron porque no les permitían ganar dinero, las telefónicas sufrieron muchas expropiaciones, los gigantes agropecuarios se quejaron acaso de maltrato? (mandarorio leer esta nota: Sobre los Centristas Fanáticos en Latinoamérica).
Mientras hubo bonanza, nadie se quejó demasiado. La contraofensiva llegó cuando la economía se desinfló, pero más por un tema de política exterior (el alejamiento de EEUU y el acercamiento con Rusia y China) y de los grupos tradicionales internos, que por una cuestión de extremismo ideológico.
Las derechas, en cambio, estas derechas nuestras que han vuelto al poder, han demostrado mayor cohesión ideológica, incluso llegando al extremo. Todos los representantes de esta nueva derecha van por el mismo camino: dureza policial, estratificación social, ortodoxia económica, obediencia devota a la Casa Blanca y recurrencia a los mismos conceptos y desde el mismo punto de vista, el marketinero. Democracia, eficiencia, meritocracia, transparencia, entre otros, son términos recurrentes en los discursos derechistas que funcionan como eje legitimador ante los electorados.
El debate sobre la rigidez ideológica de la derecha sudamericana no persigue una re-demonización de la ideología, evidenciando una especie de anverso doctrinario para rescatar a unos y hundir a otros. Esta humilde tribuna defiende a la ideología como la base del juego político, como punto de partida y guía permanente para cualquier persona u organización que actúe en política y aun en la vida misma.
La crítica refiere justamente a la tergiversación del término, a la asociación de lo ideológico con el extremismo o el fanatismo para justificar posiciones acaso más ideológicas. El cuestionamiento se relaciona con la falsa dicotomía ideología/verdad para instalar un paradigma falible; para vender ideas prestadas, como justicia o equidad, con mecanismos que no persiguen esos objetivos.
La demonización de la ideología revela un nivel de manipulación extremo y antidemocrático, en tanto y en cuanto la única verdad revelada niega el debate político al situar a una concepción (a decenas, en realidad) en la mentira y a otra concepción en la verdad. No hay debate verdad versus mentira, no hay posibilidad de reflexionar sobre propuestas e ideas cuando a una se la señala como mentira.
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