El Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos publicó su informe Homeland Threat Assessment, sobre amenazas a la seguridad interna, en el que identifica a dos tipos de grupos como las principales amenazas contra la seguridad interna: los supremacistas blancos y los anarquistas antigubernamentales.
En el prefacio del informe, el secretario interino de Seguridad Interior, Chad Wolf, dijo que desde 2019 "comenzamos a ver una nueva y alarmante tendencia a la explotación de las protestas legales" por parte de estos presuntos grupos de anarquistas, "causando violencia, muerte y destrucción en las comunidades estadounidenses" (1).
Mientras la identificación de los grupos supremacistas es relativamente sencilla, la existencia de anarquistas que pretendan desequilibrar al gobierno es difusa, por no decir irreconocible. Sin embargo, por la forma en la que el informe caracteriza a estos grupos y por el modo en el que dice que actúan, la asociación que establece la administración de Donald Trump es bastante transparente, igual que sus motivaciones y objetivos: Black Lives Matter y la defensa irrestricta de las fuerzas del orden.
Un viejo recurso
En los años posteriores a la última dictadura militar argentina proliferó un argumento conocido como “teoría de los dos demonios”. Ante la imposibilidad de justificar las atrocidades cometidas por el gobierno militar de ese entonces, los defensores del golpe modificaron su discurso igualando a dos supuestos bandos enfrentados entre sí. De este modo, admitían la brutalidad del gobierno militar, pero situaban esa brutalidad dentro de un contexto de violencia que tenía en el otro bando a su contraparte igual.
El argumento tampoco es un invento argentino, por supuesto, sino que es un viejo recurso discursivo para justificar el apoyo a una opción política violenta, una manera de explicar y explicarse a uno mismo el respaldo a una práctica que uno sabe que no está bien.
¿Cómo es que se puede justificar algo que está mal? A través de lo inevitable. Al final de cuentas, la opción violenta se erige como una reacción a una acción violenta previa. La brutalidad de la dictadura argentina se produjo porque previamente había una guerrilla que provocó una guerra, y esa provocación desencadenó la violencia, repudiada, pero al mismo tiempo justificada.
Sin ir más lejos, no es un argumento diferente del que suelen utilizar las personas que asocian la violación con algún comportamiento de la mujer. Es una manera de desvincular al hombre de la responsabilidad y distribuir la culpa hacia la víctima, situándola incluso como causante del hecho. Que la ropa, que si se subió a un carro, que si entró al departamento, que la provocación, etcétera. Todos esos factores preceden al hecho violento y por lo tanto son causa.
Lo mismo que las dictaduras o el nazismo o cualquier movimiento que no busque el consenso popular para gobernar: se admite la violencia, el está mal, pero se la caracteriza como una reacción a una situación previa que, acaso, explica esa reacción porque la causa, porque está antes.
Validando la violencia
La igualación entre supremacistas blancos y anarquistas tiene un objetivo claro y evidente: defender a las fuerzas del orden. ¿Cómo?
Se caracteriza a grupos anarquistas como violentos y se los sitúa en las manifestaciones que son reprimidas por la policía. Aunque la actuación de la policía es repudiable, y de hecho es el motivo primigenio del movimiento Black Lives Matter, al final se la ubica como una fuerza reactiva, de respuesta.
Según DW, Wolf afirmó que unos 300 agentes del orden recibieron distintas heridas durante las manifestaciones y calificó a estos supuestos grupos como “una significativa amenaza a la Patria al socavar la seguridad pública y la de los oficiales".
Aunque el informe evitó hablar de “derechistas” o “izquierdistas”, tanto el presidente Donald Trump como el propio Wolf (y casi todo funcionario republicano) han asociado insistentemente las marchas con el extremismo izquierdista o el anarquismo radical o, más aún, China. Que el público establezca una relación directa entre las marchas y las nociones de extremo, izquierdista o radical no parece dificultoso.
Sin embargo, ni las simpatías ni la conveniencia política de relativizar el peligro de grupos extremistas cercanos a sus bases políticas pudieron ocultar lo evidente: el mayor peligro en cuanto a violencia interna lo representan los movimientos supremacistas, responsables de casi todos los crímenes de odio en el país.
“Estoy particularmente preocupado” por los grupos de supremacistas blancos, responsables de “ataques letales” en los últimos años, afirmó Wolf.
El verdadero peligro
El informe (2) distingue dos grandes grupos de riesgo: Homegrown Violent Extremists (HVE), grupos o personas que preparan o perpetran ataques, inspirados o que forman parte de grupos extranjeros, y los Domestic Violent Extremist (DVE), personas o grupos que preparan o perpetran ataques sin asociación extranjera.
Dentro de los grupos DVE se encuentran los supremacistas, llamados por el informe como supremacist extremists (WSE).
En 2018-2019, este es el resumen de los ataques y las muertes provocadas por estos grupos:
La información es bastante elocuente. Asumiendo que existen grupos antigubernamentales y anarquistas que eventualmente utilicen las manifestaciones para perpetrar ataques, tal como dice el gobierno, no representan una amenaza real, al menos en cuanto a ataques concretos y demostrados, pues integrarían el vasto territorio de “all other DVE”, vasto e indeterminado. Por el contrario, 39 de los 48 asesinatos perpetrados en el período mencionado fueron responsabilidad de supremacistas blancos.
Igualando ando
Volviendo al principio: la evidencia demuestra claramente cuál es la amenaza y quiénes son los amenazados, por cuanto se sabe contra quiénes actúan los supremacistas blancos. Es más, no resulta para nada complicado identificarlos ni identificar sus objetivos. Es cuestión de voluntad.
Sin embargo, recurriendo al viejo recurso de igualar los peligros (inventando uno), el gobierno se desprende del verdadero extremismo, igualándolo con otro que no existe, que es más bien un constructo variado pero articulado de los millones de desfavorecidos en la principal potencia mundial, pero que no actúa con violencia extrema organizada, sino que ha ganado las calles para realizar masivas protestas que si bien es cierto tienen un grado de articulación y organización, no se pueden considerar grupos violentos u organizaciones armadas, tal como indica el gobierno. Que algunas de esas protestas hayan desembocado en violencia, no indica una organización violenta, sino a otro tipo de motivaciones, como el accionar policial.
La igualación entonces no pasa tanto por defender a los supremacistas (más allá de las coincidencias y cierta relativización, son indefendibles) como por crear un grupo alterno, igual de violento y peligroso para la democracia y el país, que actúa de forma deliberada en contra de los intereses nacionales para instaurar un sistema socialista.
Ante estos iguales, uno real y uno inventado, la verdadera oposición es la fuerza represiva legal, usada para controlar sobre todo a las minorías y defender los intereses de las clases dominantes.
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