por Aníbal García Fernández, Arantxa Tirado, Tamara Lajtman y Silvina Romano
publicado por Celag
El demócrata Joe Biden asume la Presidencia de EE. UU. con el Capitolio cerrado y con alerta máxima de seguridad. Las tensiones y conflictividad durante la campaña electoral de 2020 culminaron en la toma del Capitolio a manos de grupos de ultraderecha, como resultado de un escenario político polarizado. El trumpismo se muestra como una de sus expresiones más novedosas y preocupantes. Pero ¿quiénes componen las derechas y ultraderechas en EE. UU.? ¿Son grupos nuevos? ¿Cuáles son sus principales demandas? ¿Qué relación tienen con la política formal en EE. UU.? ¿Quiénes los financian? ¿Hay una ultraderecha “elevada”, con proyección internacional, que se diferencia (o no necesariamente confluye) con las bases militantes? ¿Qué es lo particular de su actuación en la coyuntura actual? ¿Qué factores predominan en la persistencia y proliferación de estos grupos a nivel local, nacional y transnacional?
Partidos políticos de derecha y ultraderecha en EE.UU.
Hacia finales de 2020 se reconocían formalmente 225 partidos a nivel estatal, siendo el Partido Republicano y el Partido Demócrata los que tienen representación en los 50 estados.
Partidos de derecha y ultraderecha más influyentes
Movimientos o grupos de ultraderecha (desde abajo)
Entre 2010 y 2019 se registraron en EE. UU. 2.774 grupos considerados como “grupos de odio”; en 2018 se registraron 1.020 grupos y en 2019, 940.
Algunas categorías que podrían definir a estos grupos son: antimigrante, anti LGBTQ, antimusulmanes, afroseparatistas, de Identidad Cristiana, “General Hate”, “Hate Music”, negadores del Holocausto, KKK, supremacismo masculino, neoconfederados, neonazi, Neo-völkisch, Skinhead, catolicismo tradicional radical, nacionalismo blanco.
La noción de grupos de odio no distingue entre derechas e izquierdas, y sí existen diferencias determinantes: entre 2001 y 2017, el 73% de las fatalidades fueron causadas por movimientos de extrema derecha. Por otra parte, el 95% de las 10.600 protestas antirracistas desarrolladas a partir del asesinato de George Floyd en mayo de 2020, han sido pacíficas.
Ultraderecha armada: las milicias
Agrupaciones con larga historia en EE. UU. y que resurgieron con fuerza después del 2008, con la llegada de un afrodescendiente a la Presidencia.
A partir del siglo XXI las milicias adoptaron ideas de extremistas antimigrantes y, hacia el 2010, incrementaron su hostilidad contra musulmanes. En el último año, abierta hostilidad contra Black Lives Matter, o grupos antifascistas.
En términos ideológico-políticos, incluyen grupos autoidentificados como “patriotas” antigobierno, como Three Percenters, Oath Keepers y Texas Freedom Force. Otros, como los Boogaloo Bois, surgieron de un meme de Internet y pasaron a la vida real con acciones violentas.
Al menos tres aspectos confluyen entre las milicias: postura antigobierno, movimiento de protesta contra el pago de impuestos y movimiento ciudadano soberano. Destaca su adhesión a teorías de la conspiración, el uso de armas de fuego y fuerte nacionalismo.
Están conformadas por supremacistas blancos, en su mayoría hombres y cristianos. Se destacan por reclutar a excombatientes y exmiembros de fuerzas de seguridad, pública o privada. Ello evidencia una complejidad social, política e ideológica que suele ser simplificada en las publicaciones en medios de comunicación.
Vínculos con la política formal: antes de que apareciera Trump en el escenario político, varios movimientos de milicias han votado por el Partido Libertario, el Constitution Party y el American Independent Party.
Utilizan las redes sociales para hacer propaganda, coordinar entrenamiento (incluido entrenamiento para combate) organizar viajes para ir a protestas, juntar dinero y reclutar.
Tienen creciente -aunque limitada- proyección internacional. Realizan viajes al exterior: en la primavera de 2018, miembros del Rise Above Movement (o RAM) -Robert Rundo, Ben Daley, and Michael Miselis- viajaron a Alemania, Ucrania e Italia para celebrar el cumpleaños de Hitler y reunirse con supremacistas blancos europeos.
¿Por qué aumenta la presencia, visibilidad y/o cantidad de grupos de ultraderecha en EE. UU.?
La radicalización es más fácil en grupos que ya son pobres y carecen de perspectiva. Hay una relación directa entre el desempleo en las zonas rurales e industriales y el aumento de las milicias, los supremacistas blancos, con gente que se siente marginada por el gobierno y quiere vengarse. Ni los desempleados de la industria ni los campesinos son líderes de ultraderecha, pero algunos sectores sí son fácilmente manipulables, porque desde la ultraderecha se validan los sentimientos de angustia, miedo y desesperación.
Proliferación de la ultraderecha a nivel mundial
A nivel internacional, hay estudios que sostienen que en las últimas décadas (de capitalismo neoliberal) el relativo deterioro de las condiciones materiales implica una mayor vulnerabilidad en determinados grupos, propiciando la tendencia de giro a la ultraderecha.
No obstante, esta relación directa que se establece entre sectores marginados, clase trabajadora empobrecida y ultraderecha, debe considerarse con cautela: si bien esta tendencia es evidente, resulta fundamental cuantificar cuál es el porcentaje que estos sectores de ultraderecha representan respecto a la totalidad de la clase trabajadora para dimensionar qué tanto está permeando la ultraderecha en ella.
La ultraderecha por arriba: los ricos que financian a “los desviados”
Es funcional al establishment presentar a estos grupos minoritarios como la “única” ultraderecha, como los desviados, descarriados fascistas, que representan una anomia frente a la “democracia ideal” estadounidense sin tomar en consideración que hay elementos de la ultraderecha dentro del propio sistema, como parte de las élites, aunque no estén organizados en estos grupúsculos minoritarios e informales. Es fundamental considerar los vínculos que se establecen desde el interior del sistema político estadounidense (en particular del Partido Republicano), cuyos miembros juegan en las “grandes ligas” internacionales y regionales.
Al igual que en la política formal y la dinámica electoral, los partidos, movimientos y milicias pueden ser financiados por súper ricos, utilizando el marco institucional habilitado por el capitalismo filantrópico, un entramado legal que permite reducción de impuestos por hacer donaciones a fundaciones u organizar fundaciones. Dato: los ricos que donan millones a las campañas electorales contribuyen a la polarización, porque suelen tener posturas más extremistas que el resto de los votantes. Por ejemplo, en el caso de los republicanos, tienen visiones más conservadoras o extremas con respecto a impuestos, la redistribución de la riqueza y el gasto social.
Trump mismo fue respaldado en su primera campaña por Roger Ailes, de Fox News, y por el magnate Rupert Murdoch, propietario de la Fox, entre otras empresas de comunicación, y fue financiado por Bob Mercer, ex inversor principal de Cambridge Analytica. Además de ser asesorado por Steve Bannon, quien en los últimos años se ha convertido en el articulador de la ultraderecha a escala mundial.
En efecto, Steve Bannon constituye un ejemplo de cómo se mueve la ultraderecha desde arriba, desde las elites y con proyección internacional. A través de The Movement (creado en enero del 2017 por el abogado belga Mischäel Modrikamen) viene asesorando a diversos grupos y partidos de extrema derecha en Europa, como Vox en España, Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia, entre otros.
En América Latina, Bannon ha participado en la estrategia de redes sociales de la campaña de Bolsonaro. En noviembre de 2018 Eduardo Bolsonaro (hijo de Jair Bolsonaro) se reunió con Bannon en EE. UU. y afirmó que el estratega es “un ícono en el combate al marxismo cultural”. En Argentina, el contacto de Bannon es Cynthia Hotton, representante del autodenominado sector “provida” que se opone a la despenalización del aborto y fue candidata a vicepresidenta del Frente NOS y del Partido Valores Para Mi País.
Otro ejemplo: la Cumbre Conservadora de las Américas, realizada en Foz do Iguaçu (Brasil) en diciembre de 2018, que reunió a varios representantes de la derecha y la extrema derecha de la región, como el filósofo Orlando Gutiérrez (del núcleo anticastrista de Miami), Álvaro Uribe y el general Jorge Cuellar (comandante de operaciones contra las FARC), Olavo de Carvalho (director del Inter American Institute for Philosophy, Government, and Social Thought, entre otros). La derecha estadounidense celebró el evento. Bannon, felicitó la “obligación” asumida por Bolsonaro, de “apoyar a grupos antiizquierda a lo largo del continente”, así como la promesa de “no abandonar al pueblo cubano”.
Particular atención merece el lobby anticastrista de Miami. Bannon, por ejemplo, tiene vínculos probados con este sector y Mauricio Claver Carone (presidente del BID) ha donado fondos a las campañas de dos de sus principales articuladores, Marco Rubio y Mario Díaz-Balart, ambos vinculados a Alexander Alazo (cubano residente en EE. UU., que disparó un fusil la contra la Embajada de Cuba en Washington el 30 de abril de 2020) a través del pastor Frank López, del Doral Jesus Worship Center.
Redes sociales, donde confluye la ultraderecha
En las redes sociales se puede observar también una combinación de ultraderecha que opera desde arriba con una ultraderecha que lo hace desde abajo. Ambas tienen puntos en los que se tocan y articulan.
Los distintos grupos de la ultraderecha llevan años usando canales como 4Chan, 8Chan o Reddit para coordinarse, sobre todo en coyunturas electorales nacionales. Algunos analistas consideran que la ultraderecha estadounidense está sirviendo para marcar tendencias a escala global en discurso, memes, etc.
Algunas de las características del proceder de la ultraderecha en redes son:
Uso de las teorías de la conspiración, auspiciadas desde el propio establishment, que explican el mundo desde la existencia de complots, internos y externos. Desde el comunismo en tiempos de la Guerra Fría pasando por los hackers rusos que desestabilizan elecciones, se trata de desviar la atención a los verdaderos culpables de los problemas económicos y políticos de EE. UU.
Difusión de “bulos” a través de fuentes aparentemente fidedignas que apuntan a exaltar emociones como el miedo o el odio hacia el diferente (inmigrantes, afroestadounidenses, antifas, mujeres, etc.).
Uso de hastags destacados para entrometerse en el debate difundiendo sus ideas, posicionando sus propios hastags al lado, troleando con su intervención disruptiva, además de desvirtuando el contenido.
Las protestas que culminaron en el asalto al Capitolio se articularon, de manera pública, en las redes sociales (Facebook, Gab, Parler, Instagram, 8kun) a través de la campaña “Stop the Steal 2020”. Referentes de la ultraderecha en redes difundieron a través de Twitter, Facebook y YouTube la idea de que las elecciones habían sido robadas a Trump por el “Deep State”. Tras los hechos en el Capitolio, dos grandes corporaciones, Twitter y Facebook, cancelaron las cuentas del todavía presidente Trump. Paradójicamente, la campaña de Donald Trump usó Facebook y gastó 2 mil millones de dólares para posicionar noticias falsas sin problemas en 2016. Lo hizo a través del Proyecto Álamo, dirigido por Brad Parscale, un mecanismo que usaba información personalizada proporcionada por Facebook sobre sus usuarios, Big Data, que era procesada para diseñar mensajes específicos y mentiras ad hoc.
Precedente complicado La censura unilateral de estos oligopolios de las redes plantea debates sobre el presente y el futuro de la libertad de expresión, así como la legitimidad del poder de unas corporaciones privadas que actúan discrecionalmente, sin escrutinio público y en alianza con think tanks y sectores del establishment. Al erigirse en jueces con gran poder de incidencia democrática, refuerzan un control privado de la opinión pública cada vez más evidente y con menos posibilidades de permitir discursos disidentes o alternativos a los intereses del sistema.
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